A veces hablamos sin pensar, decimos cosas que no son edificantes y nos justificamos diciendo que las palabras se las lleva el viento, que las palabras no tienen peso o consecuencias. Nada hay más lejos de la verdad. Las palabras son muy importantes, trascendentales. Como cristianos, debemos escoger celosamente el vocabulario que vamos a utilizar. Nuestras palabras deben ser adecuadas y edificantes.
“15 Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre. 16 Si alguno tiene oídos para oír, oiga. 17 Cuando se alejó de la multitud y entró en casa, le preguntaron sus discípulos sobre la parábola. 18 Él les dijo: ¿También vosotros estáis así sin entendimiento? ¿No entendéis que todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede contaminar, 19 porque no entra en su corazón, sino en el vientre, y sale a la letrina? Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos. 20 Pero decía, que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. 21 Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, 22 los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. 23 Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.” (Marcos 7: 15-23)
Aquí el evangelio recoge un suceso que trae una importante lección para el cristiano: los alimentos no contaminan al hombre, por lo tanto, podemos consumir cualquiera que nos plazca. La ley del Antiguo Testamento es abolida por Jesús. El Señor deja diáfanamente establecido que lo que verdaderamente contamina, envenena al hombre es lo que sale de su boca: mentira, insultos, ofensas, manipulación, pecado.
Lo que hablamos es importante y consecuente. “36 Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. 37 Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.” (Mateo 12: 36-37) “La muerte y la vida están en poder de la lengua, Y el que la ama comerá de sus frutos.” (Proverbios 18:21)
Vemos como las sagradas Escrituras establecen que nuestras palabras son determinantes. Es así, pues son fruto de nuestra mente y corazón.
A través de lo que decimos revelamos nuestro carácter, nuestro “yo” interior.
“18 Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. 19 Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. 20 Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre.” (Mateo 15:18-20)
Tan importantes son nuestras palabras que no podemos alcanzar el cielo sin confesar a Jesucristo como nuestro salvador. “9 que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.” (Romanos 10: 9-10)
Aprendamos a ejercer control sobre lo que decimos. Aprendamos a usar la palabra para edificar y bendecir. Acostumbrémonos a darle el justo valor a lo que sale de nuestra boca, pero no olvidemos que para ello debemos primero alimentar nuestra mente y nuestro espíritu con Palabra de Dios. Si no depositamos Palabra de Dios en nuestro ser, no podemos emitir palabras sabias ni bendecir ni crecer espiritualmente. “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” (Romanos 10:17)
No hables por hablar. “No seas sabio en tu propia opinión; Teme a Jehová, y apártate del mal;” (Proverbios 3:7) Usa tus palabras con prudencia, pero, sobre todo, recuerda: “Él respondió y dijo: Escrito está: No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” (Mateo 4:4)
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